jueves, 24 de mayo de 2018



El Cuento Uruguayo de los Arboles:las historias, los ecosistemas y las gentes
Danilo Antón
Era un territorio llano y ondulado de praderas recorridas por rebaños de venados, ciervos y carpinchos, piaras de pecaríes y muchas bandadas de aves sobrevolando los pastizales. A orillas del estuario y de los ríos crecían densos bosques cuyos troncos y maderas servían para la construcción de largas canoas, viviendas y empalizadas para la numerosa población de charrúas, guaraníes, chanáes y otras naciones que habitaban las costas y riberas fluviales.
Un día, no hace mucho tiempo, a este país húmedo y fértil, llegaron gentes de Europa en grandes embarcaciones de madera. Desplazaron a los pueblos nativos de sus aldeas y tolderías y comenzaron a explotar indiscriminadamente los bosques, construir sus viviendas y empalizadas, reparar sus barcos y quemar madera para producir energía.
Al mismo tiempo, estos forasteros, en su mayoría españoles, trajeron sus propios árboles: pinos, álamos, robles, árboles frutales.
Los árboles de los montes nativos comenzaron a ser usados sólo como leña para producir energía. Tal vez la principal excepción fue el quebracho, traído desde el cercano Paraná medio y del Paraguay, que era usado para fabricar durmientes de ferrocarril, y el pino-brasil (la araucaria) de las tierras altas del planalto contiguo que se utilizó para fabricar muebles, pisos de madera, y ocasionalmente paredes y techos. A mediados del siglo XX ya se habían agotado tanto los bosques de quebracho chaqueños y correntinos como los pinares rio-grandenses, catarinenses y alto-paranaenses.
Sin embargo, a medidas que desaparecían estos montes, desde fines del siglo XIX se instalaba un nuevo árbol, de origen australiano, que había sido importado por los ingleses quienes se habían establecido en el país para organizar y administrar varios servicios públicos (los servicios de agua, los ferrocarriles, etc). Ese árbol era el eucalipto. Muchos parques y avenidas suburbanas del Montevideo en expansión fueron plantados con este árbol: el Prado, Lezica, Carrasco.
En el interior del país también se comenzó a plantar eucalipto para abrigo de ganado y para leña.
Mientras tanto los montes nativos habían continuado su reducción a poco más de 2% del territorio con árboles de dimensiones mucho menores.
En realidad, el eucalipto era un árbol milagroso. Crecía rápidamente, daba sombra, leña, embellecía el paisaje urbano y rural, sus hojas tenían propiedades medicinales.
Al mismo tiempo, los uruguayos empezaban a ocupar sus atractivas costas arenosas estuáricas y oceánicas. Para poder instalarse entre las arenas móviles decidieron cubrirlas con extensos pinares que terminaron eliminando prácticamente todos los paisajes de médanos atlánticos y platenses. La crisis energética de la Guerra Mundial en la década de 1940, las necesidades crecientes de papel y los enfoques desarrollistas de los 60, llevaron a plantar extensas superficies arboladas, utilizando los árboles en boga: los pinos europeos y los eucaliptos australianos. Todos se olvidaron del lapacho, del laurel y de tantos otros árboles nativos que habían prestado utilidad a las comunidades humanas por milenios.
La Caja Bancaria tal vez constituyó la iniciativa más audaz en este proceso de expansión forestal. Para capitalizar sus ingresos, la Caja Bancaria y luego también la Caja Notarial, comenzaron a plantar eucaliptos y pinos en varios sitios del país, especialmente en los alrededores de una estación de AFE del departamento de Paysandú, el llamado “Pueblo Viejo” que dio en llamarse “Piedras Coloradas”.
La aparición de un pueblito forestal en un mundo ganadero y gauchesco implicó transformaciones económicas, sociales y culturales que fueron laboriosas, y a veces traumáticas. Con todo, las poblaciones de la zona se fueron adaptando a las nuevas condiciones. Alrededor de las plantaciones de las Cajas y otras empresas se desarrollaron pequeñas comunidades prósperas como Algorta, Orgoroso y la propia Piedras Coloradas.
Una veintena de años después, recién salidos de la dictadura, los uruguayos decidieron embarcarse en la empresa de utilizar parte de sus suelos menos productivos (de acuerdo a ciertos criterios no siempre compartidos) para promover plantaciones forestales, especialmente de pinos y eucaliptos. Subsidios, exenciones impositivas, préstamos internacionales, muchos recursos nacionales y apoyos financieros fueron utilizados para lograr la expansión rápida de los bosques artificiales. Al cabo de 30 años hay más de 1 millóon de hectáreas, un 8 % de los territorios del país, cubiertas de árboles productivos, en particular eucaliptos y pinos.
Aparecieron varias transnacionales que comenzaron a invertir en las plantaciones subsidiadas y tierras baratas de este pequeño país austral, verdadero paraíso de oportunidades. Primero fue Shell, luego llegaron los españoles de ENCE- Eufores, los chilenos de Arauco, los estadounidenses de Weyerhausen- Colonvade y los finlandeses de Botnia- Forestal Oriental (hoy UPM).
Al oeste del país se plantaron principalmente eucaliptos. Eufores plantó Eucalyptus. globulus que es un árbol destinado a pulpa, poco adaptado a un clima que no parece convenirle, Forestal Oriental se ha dedicado a plantar clones de Eucalyptus Grandis que crece con una velocidad increible y una regularidad pasmosa. En el este y centro del país también se plantaron eucaliptos, tanto globulus como grandis. En el noreste Colonvade ha plantado sobre todo pinos para la producción de aserrados y tableros de maderas conglomeradas. Desde hace varios años, los troncos, “chips” , tablas y tableros de esta producción maderera están siendo exportados a través del puerto de Montevideo, y en menor grado por Nueva Palmira y Fray Bentos..

Y un día llegó la celulosa.


La gran cantidad de madera producida en los campos hizo económicamente rentable la instalación de plantas de industrialización de la madera para producir pulpa de celulosa. Tanto Eufores como Forestal Oriental, cuyas plantaciones están predominantemente en el litoral, iniciaron los procedimientos y obras tendientes a establecer fábricas de celulosa a orillas del río Uruguay, cerca de Fray Bentos.
Por un lado se hablaba de cientos, tal vez miles de millones de dólares de inversión, muchos puestos de trabajo. Por otro, se señalaba el peligro que estas plantas representarían para el medio ambiente, supuestamente envenenando las aguas del río, la atmósfera y el suelo.
La discusión subió de tono. En un bando, los sucesivos gobiernos y gran parte de los sectores políticos del Uruguay, con el apoyo de los gobiernos de España y Finlandia, y en el otro algunas organizaciones sociales y ambientalistas de Uruguay, algunas de las cuales estaban en Argentina, el gobierno provincial de Entre Ríos, que fueron apoyadas por el propio gobierno federal generando un conflicto internacional que duró varios años
En ese momento, y todavía hoy, hay dos visiones opuestas sobre el modelo forestal, productivo, social y cultural del Uruguay del futuro.
Un Uruguay cubierto de árboles iguales, clones uniformes, ejército de árboles invasores que se van extendiendo sin que pueda evitarse, eliminando la biodiversidad natural. Los suelos se esterilizan, los manantiales y pozos se secan, las nuevas plantas industriales contaminan los ríos, afectando la pesca, el turismo, la salud. En fin, la catástrofe.
Un Uruguay destinando un porcentaje limitado (no más del 10 o 12 %) de sus suelos a la plantación de árboles con fines industriales, producción de pulpa, tablas, tableros, papel, viviendas, muebles e incluso para la generación de energía alternativa, importante producción ganadera asociada. Muchos puestos de trabajo creados, puesta en marcha de sistemas silvo-pastoriles y agro-forestales, aprovechamiento óptimo de los recursos naturales. Un futuro próspero.
La realidad se encuentra entre estos dos extremos. El futuro dependerá en primer lugar de la honestidad y generosidad en el manejo de la información. Y en segundo lugar de la voluntad de emprender con decisión e inteligencia el camino escogido, aplicando políticas, promoviendo iniciativas enérgicas, desarrollando controles estrictos, diseñando sistemas forestales apropiados que promuevan la conservación hídrica y aseguren la diversidad biológica y productiva.
Esto es posible lograrlo, y en forma relativamente sencilla, a través de diseños forestales que aseguren la recarga de los acuíferos e incentiven los poli-cultivos y el establecimiento de parcelas protegidas.
Y por supuesto deberemos utilizar nuestra imaginación para recordar que además de los eucaliptos y pinos, todavía están esperando los lapachos, laureles, guayabos, antiguos árboles, espíritus del tiempo.
Ojalá con ellos y otras ideas innovativas se puedan abrir nuevas sendas productivas, respetuosas de la naturaleza, que permitan encarar el futuro con seguridad, identidad y auto-estima, sin dejarnos arrebatar la soberanía.
De esa manera podremos defender (al decir de un anciano kung del Kalahari ) los tres elementos básicos de la vida: la tierra, el agua y la verdad.
1) Según contaba en una conferencia reciente nuesrro amigo Ramón Vargas del Chaco.

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